Entre la cerámica de cocina destaca la presencia significativa de producciones zamoranas en contextos arqueológicos pleno y bajomedievales. Se trata de barros micáceos de aspecto grisáceo, de tonalidad clara, y cocciones fundamentalmente reductoras. Son vasos por lo general de gran tamaño, representados por formas muy definidas como ollas y cazuelas, destinadas a ser expuestas al fuego, y tinajas de almacenamiento, que no sufren los efectos del calor y por lo tanto aparecen en el registro arqueológico sin chamuscar. En ocasiones van provistas de tapaderas.
Sobre la procedencia de estas piezas parece no haber ninguna duda acerca de su filiación a los alfares zamoranos de Muelas del Pan y Pereruela, que son los que monopolizan su producción hasta la tercera década del siglo XX. En el caso de Fuenteungrillo los cacharros recuperados se adscriben al primero de los centros. La predilección de estos vasos en la cocina frente a las producciones que tradicionalmente abastecían estas cocinas tiene una explicación técnica. Mientras que los talleres mudéjares de la cuenca del Duero ofertaban productos de mesa y despensa, en buena medida debido al tipo de barro del que disponían, en el occidente de la cuenca, en tierras zamoranas cuasi fronterizas, el sustrato geológico granítico condicionó el tipo de producción alfarera de algunos de sus centros más afamados. Las arcillas de esta zona, pobres en sustancia arcillosa y ricas en impurezas de granulometría gruesa, resultaban en alfarería poco prácticas para su torneado, debido a su poca plasticidad y al elevado calibre de su grano, que hería las manos del alfarero. Sin embargo, la presencia de mica las dotaba de una gran resistencia al choque térmico, lo que las hacía especialmente indicadas para la elaboración de piezas de uso culinario alcanzando tanto éxito, que su comercialización sobrepasó el ámbito regional castellano y leonés (Villanueva, 2012: 105).