Cerámica de mesa

Las cerámicas plenomedievales realizadas con cierta tosquedad van a experimentar un relevo con la llegada de la Baja Edad Media. Desde el siglo XIII y hasta finales del XV, las producciones mudéjares engobadas se convirtieron en las preferidas como vajilla de mesa, por su variado repertorio formal y por el cuidado de su factura. Se trata de cacharros manufacturados con pastas finas de composición silíceo-ferruginosa, que le aportan coloraciones ocres, naranjas, rojizas y marrones. Son piezas cocidas en ambientes oxidantes, que son terminadas mediante la aplicación de un engobe o aguada, que se untaba con una brocha, o bien sumergiendo la pieza en un recipiente mayor, a modo de baño. Con este engobe, se adquieren tonalidades muy variadas que dependen de la pericia del artesano, del material empleado y del destino final de la pieza, adquiriendo característicos tonos metalescentes, marrones o rojizos, con tal brillo e intensidad, que en épocas pasadas numerosas piezas recogidas en prospección se llegaron a identificar erróneamente con Terra sigillata. Esta producción local se realizaba en los alfares localizados en la calle que le aporta su oficioso nombre, la antigua Olleros y hoy Duque de la Victoria. Sus series tipológicas son muy ricas, y están destinadas a variados usos cotidianos. Tiene pastas muy bien decantadas, con abundancia de finos antiplásticos calizos, y el característico engobe que le da funcionalidad y atractivo a la pieza.

Esta vajilla ha sido bien estudiada desde los años ochenta, con interesantes contribuciones de los trabajos de arqueología urbana  realizados en la calle Duque de la Victoria nº 11 (Moreda et al., 1986); en la calle Arribas de Valladolid (Balado, Serrano y Saquero, 1991: 63-90); en el Palacio de los Zúñiga (Olatz Villanueva, 1991: 91-106) y (Moreda et. Alii, 1985: 452-472), en el testar de la calle Olleros (Moratinos y Santamaría, 1991: 151-188); en el Monasterio de San Benito (Fernández Nanclares, Moreda y Martín Montes, 1991: 107-150) y en la cerca vieja vallisoletana (Villanueva, Saquero y Serrano, 1991: 189-214). Aunque sin duda han sido los últimos estudios de Olatz Villanueva sobre la alfarería bajomedieval los que más han profundizado en el origen, caracterización y desarrollo de la vajilla mudéjar vallisoletana (1998). Contra lo que pudiera parecer, estas producciones no son exclusivas de la ciudad del Pisuerga. También se documentan hornos productores de cerámicas engobadas en otras aljamas castellanas como la de Cubillas de Cerrato (Palencia), y no se descarta la existencia de otros talleres en la propia capital del Carrión. Hasta la fecha, podemos sospechar de la existencia de alfares de estas características al menos, en Aranda de Duero, Arévalo, Ávila, Burgos, Cuéllar, Medina del Campo, Palencia, Peñafiel o Segovia, villas en las que pese a no haberse descubierto restos arqueológicos de los talleres, sí existen referencias escritas a ellos, documentándose la comercialización de unos tipos cerámicos muy similares a los vallisoletanos en factura, forma y estética (Barraca, 993; García y Urteaga, 1985; Gutiérrez et al., 1995; López y Barrio 1994; Lucas, 1971; Ortega, 1997 y 2002).

En Fuenteungrillo y Santa Coloma se constata la mayor parte del repertorio cerámico del tipo “Duque de la Victoria”, resultando especialmente significativa la presencia de piezas destinadas tanto al servicio de mesa como al transporte de agua. Entre los primeros encontramos formas abiertas como tajadores, especieros, cuencos/escudillas, y entre los segundos jarros, jarritos, cántaros, cantarillas, botijas y arcaduces que se acompañan de orzas y alguna olla, lo que viene a corroborar que la época de expansión de Fuenteungrillo viene a coincidir con la aparición y comercialización a gran escala de esta cerámica mudéjar. Los fragmentos se concentran en los sedimentos que colmatan los niveles de ocupación de las viviendas, así como el relleno de los silos amortizados como basureros, donde conviven además con las producciones micáceas foráneas procedentes de Zamora, y cuyo destino, como hemos visto, es fundamentalmente culinario.

Yacimiento arqueológico