La producción de vidrio está documentada en Castilla desde el año 1179. Al menos así lo atestiguaba Thomás López, geógrafo de Carlos III, cuando cita a Cadalso de los Vidrios como el primer centro productor y a lo largo de toda la Edad Media, convirtiéndose ya en el siglo XVI como uno de los centros punteros de la península (Valero, 2012).
En términos generales, el vidrio se conforma por vitrificantes como la arena de sílice; fundentes como el sodio y el calcio; y estabilizantes entre los que se encuentran aluminio, plomo o zinc. El sodio, (llamado comúnmente barrilla) se obtenía a partir de la incineración de plantas marinas. La potasa, en cambio, se consigue mediante la incineración de las plantas y cortezas de los pinos de las zonas boscosas. El proceso no era muy complejo, pero precisaba una destreza y un conocimiento técnico más avanzado que en el caso de la alfarería. Para obtener un vidrio es necesario fundir las materias primas en el interior de un crisol de arcilla refractaria introducido previamente en un horno que debe alcanzar una temperatura de 1.500ºC.
El color natural del vidrio es un tono verdoso, que puede decolorarse empleando manganeso o el llamado “jabón de vidrieros”, que no era sino dióxido de manganeso o pirolusita, que al rebasar los 600º se descomponía adoptando la pieza un color púrpura muy característico. Para colorearlo es preciso introducir en las composiciones distintos óxidos metálicos; así por ejemplo, con óxido férrico se conseguía el vidrio amarillo, con óxido de estaño el vidrio blanco opaco y con óxido de cobalto el vidrio azul.
Durante la Baja Edad Media, los centros productores de vidrio se habían asentado en los arrabales de las grandes ciudades, debido a la influencia andalusí. La cercanía a los caminos, a las grandes masas forestales de donde proveerse de combustible y a yacimientos de materia prima adecuados o de cursos de agua navegables favorecía la ubicación de estas industrias. La presencia de núcleos vidrieros asociados a las urbes castellanas impidió la constitución de asociaciones de menestrales del vidrio, como puede verse en las diferentes ordenanzas de comercio y fueros de las principales ciudades, provocando, por el contrario, la multiplicación de centros de bajo nivel en todo el territorio de la Corona de Castilla, beneficiados por la ausencia de un gremio fuerte que organizase la producción, como ocurrió en Aragón, especialmente en la ciudad de Barcelona.
Como consecuencia, si los productores de vidrio no se agremiaban al estar sus centros fabriles alejados de las ciudades, los centros de venta y distribución del producto final sí experimentaron, en cambio, un proceso asociacionista, especialmente en la villa de Madrid, donde se encontraba el único mercado de vidrio de toda Castilla.
Por ello, y dado al carácter campesino de Fuenteungrillo, la presencia de fragmentos de vidrio de adscripción pleno y bajomedieval no deja de llamar la atención. Se trata de un pequeño lote formado por bocas de jarritas, bordes de vasos pequeños y fragmentos de platos muy finos, que permiten reconstruir una pequeña vajilla de vidrio de aquellos años. Sin duda la Baja Edad Media experimenta un gusto por el refinamiento que choca con las costumbres de siglos precedentes.
La mayor parte de estas piezas tienen un perfil delgado y un color verdoso. Se realizan mediante la técnica del soplado de un cilindro de vidrio, que se cortaba en el medio y en sus extremidades para lograr una superficie plana. Otra técnica consistía en aprovechar la fuerza centrífuga a la que se sometía la pasta base incandescente puesta sobre la caña de soplado. A través de movimientos mecánicos y circulares se obtenía la fabricación de discos planos y delgados o se empleaba técnica del vidrio a corona. Estos fragmentos contienen burbujas de aire en su interior, así como algunas impurezas, que evidencian su antigüedad.